No me frena ningún pudor (eso no sería, en cualquier caso, el motivo principal). Entonces, ¿qué? Retrocedo quizá ante la magnitud de la tarea: devanar la madeja una vez más, hasta el final, encerrarme durante quién sabe cuántas semanas, meses o años (doce años, si me atengo a la regla establecida por la redacción de Lieux [Lugares]) en el mundo cerrado de mis recuerdos, repetidos hasta la saciedad o el hastío