Las heridas habían comenzado a cicatrizar y ahora era su turno de tomar las riendas y descubrir la gran verdad que solo sabíamos los que habíamos sufrido una pérdida, que nunca les decíamos adiós, que siempre convivían con nosotros, que se convertían en una prolongación de nuestro propio cuerpo, que continuar adelante era nuestra obligación porque a través de nosotros ellos también lo hacían.