Philipp Blom

el ginebrino terminó odiando la Ilustración que defendía Diderot, una vida libre del miedo a lo desconocido, sin asco por uno mismo, una aceptación lúcida y serena de nuestro lugar en el mundo como simios muy inteligentes y con conciencia moral.

Algo que fue precioso para una generación, lo tiró a la basura la siguiente

También nos unían las historias familiares; algunas, retocadas con esmero para darles lustre,

Los dos apelaban a mí con narraciones cada vez más insistentes para que declarase vencedor moral a uno de los dos, pues ambos necesitaban sentir que tenían la razón, necesitaban que el niño confirmase que solo uno de los dos me había tratado de la manera moralmente correcta y, sobre todo, que lo habían hecho por mi propio bien

Podría escribir una extensa novela barroca sobre esa familia y sus historias, pero solo sería especial para mí porque conozco a sus protagonistas, porque sus voces resuenan en mis oídos, porque recuerdo su manera de andar, su olor.

todo hay que decirlo– no son de fiar.