Rosa Iceberg

mi madre le alegraba contar historias, porque amaba el placer de narrar. Comenzaba a contar algo en la mesa dirigiéndose a uno de nosotros, y tanto si contaba algo de la familia de mi padre como de la suya, ponía mucha pasión y siempre era como si relatase aquella historia por vez primera a oyentes que no la conocían.

Para poder enamorarme tenía que recortar mucho. Pero ya no quería inventar más nada. Quería concentrarme en la vida

Pero los abuelos, ma, siempre se nos van muy pronto.

Solo la vida real tiene tanta fantasía”.
Svetlana Alexiévich, La guerra no tiene rostro de mujer

El frío se cura con pan, nuestros desacuerdos también.

Quizás el matrimonio nutre alguna suerte de telepatía y se acaba porque uno termina por descubrir todas las mentiras que el otro es capaz de decir

La habitación no huele a nada. Está esterilizada, preparada para recibirte. Sutil. Te abraza en silencio. Hay lugares que no dicen nada

se obsesiona con las cosas bien. Bien dichas, bien hechas, bien catalogadas

No entiendo si debería pedirle a alguien una gillette y depilarme las piernas, las axilas. Tengo pelos, pelos de invierno y lo confieso por lo bajo

No puedo ocuparme de lo urgente. Yo. Todavía no reconozco niveles de urgencia