«Mi hija también lo traiciona», seguía diciéndose Miranda. «Sin embargo, nuestra traición no es maléfica. Es el clavo ardiendo al que nos agarramos convulsivamente mientras Sudáfrica se consume. La maldad está de su lado, toda entera. Y un buen día, esa maldad lo destruirá. La libertad que disfrutemos no procederá, en principio, del voto que depositemos con nuestras propias manos, sino de la liberación de esas cadenas interiores que nos han mantenido prisioneros».