Angie Ocampo

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    e gustó tu discurso, a decir verdad. Sobre todo, la parte en la que dices que tendrás que follarme muchísimo —se burla.
    Pellizco la piel de su abdomen.
    —Auch —se queja.
    —Estoy hablando en serio, Maximilian. —Le doy una dura mirada.
    Me mira por unos segundos, la luz del fuego hace que su azul se vea aún más cálido, me fijo en la pequeña mancha café que salpica su iris izquierdo. Me gusta tanto esa peculiaridad.
    —Es difícil para nuestro orgullo aceptarlo, tú no lo dirás, yo no lo diré, pero es tan fuerte que vuelve siempre a juntarnos.
    Llevo mi mano hasta su mejilla y acaricio la creciente barba. Su mandíbula cuadrada, su recta nariz y sus labios ya no tan morados, hacen que algo en mi interior se infle al contemplarlo.
    —Me gustas tanto… —las palabras me salen sin pensar y en un susurro.
    —Tú a mí me encantas, At —dice con voz ronca.
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    Bajo mi vista, entre mis brazos ya no se ve tan temible, tan poderosa e inalcanzable. Se siente como la mujer que debo y quiero proteger, pero no puedo. Ella sabe hacerlo y lo ha demostrado antes.
    Nos quedamos por unos minutos más en esta posición. Nadie dice nada, estamos concentrados en nuestros latidos y respiraciones.
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    «Lo que pasa en el aire, se queda en el aire»
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    —¿Estás segura de que esos son agentes? —me susurra—. Parecen modelos de Calvin Klein o strippers, y de los caros.
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    Voy en dirección al lobby y la veo salir agarrada del brazo de Kant. Se detienen a esperar que el valet haga su trabajo. Desde aquí los observo hablar con demasiada cercanía y, de repente, él se abalanza e impacta sus labios en los de ella. Sin saber por qué, me echo a caminar en su dirección, pero un cuerpo femenino se cruza en mi camino.
    —Maximilian, no. —Merassi me detiene.
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    —Heterocromía. —Mi voz sale en un susurro.
    —En un grado leve —le resta importancia.
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    —Max…
    Odio el diminutivo de mi nombre, pero en sus labios se escucha demasiado bien.
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    Entro y cierro la puerta con seguro. El llanto se hace más fuerte. A simple vista no lo veo, miro en la cuna que hay en el centro del cuarto y está vacía. Voy hacia el armario, abro las dos puertas y la veo… Es una niña, demasiado pequeña. Está envuelta en cobertores rosados. Llora desconsoladamente y mi instinto no piensa más de dos veces en alzarla en brazos. Tan pequeña y bonita como una princesita. «Prinkípissa».
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    visto en mi vida. Algo se remueve en mí y siento ganas infinitas de protegerla. Quién sabe cuánto lleva aquí, es toda una guerrera
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    on delicadeza, la muevo de lado a lado para tratar de cesar su llanto. Poco a poco, se calma y al fin abre sus ojos. Verde, el verde más vivo que he
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