—¡Déjalo en paz! —lo empujé, apartándolo de Alexander.
Max quedó desprevenido por un instante, seguramente porque no pensó que interviniera, y luego me miró con advertencia.
—Fuera de mi camino o si no te golpearé.
El terror me invadió, pero la adrenalina sobresalió.
—No te atreverías —dije, sintiéndome insegura por dentro.
—¿Me estás retando? —sonrió irónicamente mientras sacudía la cabeza—. Eres débil, como todas las personas de aquí. Podría tenerte en el suelo con tan solo un golpe igual que a tu hermano.