Sólo los contadores de cuentos que nos sentamos en las plazas o en los pabellones a narrar viejas historias, podemos imaginarlo tal como fue. Y si algo hace falta para recordarlo, no hay más que entrar al palacio del buen Emperador Ekkemantes I, buscar el recinto que da al jardín hexagonal y contemplar el último vestigio de otro palacio, uno que fue destruido por la guerra, como el Imperio, y que volvió a vivir, como el Imperio, hace muchos miles de años ya, gracias a un hombre demasiado flaco, demasiado curioso, demasiado desobediente.