Marta Carmona

Esto ha servido para poder expresar públicamente, con mayor facilidad, ciertos padecimientos en el ámbito de la salud mental, vinculándolos no con incapacidades individuales para la gestión emocional o de las expectativas, sino con un sistema que utiliza a las personas y sus anhelos como la materia prima con la que transformar el capital.

El malestar, al situarnos ante el marco de lo que Mark Fisher denomina «cancelación del futuro», nos llena de una falta de esperanzas verosímiles de transformación, las cuales no pueden ser proyectadas hacia delante porque tenemos la certeza de que el futuro no existirá más que como una reedición devaluada y repetitiva del presente que estamos viviendo

La sociedad del siglo XXI ya no es disciplinaria, sino una sociedad de rendimiento.

Casi cualquier profesional de la salud mental se revolverá ante este uso de la palabra depresión. En la medida en que, además de profesional de la salud mental, es probable que sea una persona y esté inscrito en el mundo, entenderá a qué se refieren Han y Ehrenberg, pero todo su saber profesional le obligará a recalcar que es importante diferenciar esa tristeza, esa vivencia de fracaso, de lo que entendemos como depresión clínica. Porque, por definición, la patología mental, para ser considerada como tal, debe desviarse de la norma de su época. Si el fenómeno afecta a toda la población, ya no estamos hablando de una patología, sino de otra cosa.

En cualquier caso, muchos de estos profesionales recalcarán que su trabajo no es hacerse cargo de ese malestar social, sino de aquel que se sitúe en cada nuevo extremo de la norma

Y aunque resolver el malestar social excede la labor de lo profesional, sí hay una obligación deontológica de ejercer de canario en la mina, advirtiendo de que huele a grisú y de que corremos todos el riesgo de saltar por los aires. Que ante el grisú decir «esto que lo atienda otro» o «si fuéramos más conseguiríamos que casi no oliera» es igual de peligroso; y que a lo mejor el problema tiene la dimensión de la esclavitud y no se puede resolver esclavo a esclavo,

Si bien parece que el concepto de sociedad del cansancio describía con bastante exactitud el frenesí incesante y autoexigente de las sociedades prepandémicas, la pandemia añadió un complemento en forma de vigilancia. La respuesta a la pandemia suponía elegir entre la conservación de la vida y la de la privacidad o, mejor dicho, elegir de qué manera conservábamos la vida mientras sacrificábamos la privacidad.

No solo es que seamos personas cansadas, agotadas, que no pueden más, es que además nos sentimos mal por estar cansadas, agotadas y por no poder más,

El malestar, en la forma en la que lo abordamos en este texto, es la huella que deja sobre los sujetos individuales y colectivos la forma de interacción social, económica y política. El malestar no sería, por lo tanto, una disfunción del capitalismo tardío, sino una consecuencia lógica de su normal —y socialmente disfuncional— desempeño. Se trata de un sentimiento de época, con diferentes manifestaciones y formulaciones en función del género, la clase social, la edad o el origen étnico, pero con capacidad para vertebrar manifestaciones culturales, sociales y políticas.

Colectivizar la identidad de la enfermedad es algo sobre lo que se ha escrito ampliamente, sin embargo, ¿qué ocurre cuando no hay una etiqueta bajo la cual agruparse? ¿Es realmente cierto que no hay una etiqueta adecuada para este caso? ¿Se puede colectivizar algo que difícilmente se puede definir? ¿Quién va a crear la asociación de personas que no pueden más