No culpes al capitalismo, a la izquierda radical, a la maldad de tus enemigos. No reorganices todo el país hasta que hayas puesto en orden tu propia experiencia. Sé un poco humilde: si no puedes imponer la paz en tu propia casa, ¿cómo esperas dirigir toda una ciudad? Deja que tu propia alma te guíe y mira lo que ocurre a medida que pasan los días y las semanas.