Lisa Yaszek

Edna Hotchkiss-Baines apenas la saludó. Estaba absorta conversando con una figura rechoncha y modesta desparramada al otro lado de la mesa

–Estoy enamorado de la chica con la que me casé –dijo–. Una chica tranquila, una chica gris y beige, discreta.

–Eso… –Su cuerpo estilizado temblaba. Sus ojos brillaban, encendidos–. Esa anticuada…

–Una chica hogareña… –dijo casi eufórico–. Como

–¿Qué es esto? –preguntó Howard. Se adelantó un paso y frunció el ceño. Sin esperar a que ella respondiera, murmuró–: ¿No teníamos uno de estos hace unos meses? –Tiró del cordón atado a la esquina de la caja.

Él era la chica, colmada de terror indescriptible; su corazón palpitaba, bombeaba adrenalina en su sistema; él quiso gritar, pero no pudo. Desde la opaca e inalcanzable profundidad de su psique emergió algo más, en oleadas; algo tan entremezclado con el terror que, al fundirse y transformarse en una sola emoción, pulsaba y vibraba y demandaba

Lo que había iniciado como UN DÍA EN LA VIDA DE ANNE BEAUMONT ahora era una vida en la vida de Anne Beaumont, y la audiencia era insaciable

humanidad despertó de golpe ante la posibilidad de que quizá sufriría el mismo destino que los casi extintos reptiles. ¿Podría el ser humano ser capaz de prevenir la invasión de los insectos

nuestros enemigos, los insectos

Me incliné hacia la orilla de mi nave, esperando ver la ciudad muy lejos de mí. Mi sorpresa fue enorme cuando descubrí que apenas estaba ¡a trescientos metros de altura! No era la altitud lo que me privaba del oxígeno dador de vida.

Era evidente que el resultado de eliminar toda la vida vegetal sería el fin de los insectos terrestres, pero su exterminio no llegó tan rápido como uno imaginaría. Fueron años de una guerra que azotó a ambos

ancestros que no estaban listos para adaptarse a las condiciones del cambio. Amo la belleza, pero no veo nada bello aquí. Muchos creen que nuestros ostentosos edificios que se elevan cientos