Se arrastró por el polvo hasta que halló su bicicleta y partió desesperado a través de la noche susurrante, pedaleando enloquecido por las veredas que cruzaban los cañaverales, sudando a causa del miedo, a causa de la terrible convicción de estar perdido en medio de la nada, pedaleando en círculos por caminos que terminarían, tarde o temprano, en desembocar en el canal de riego, donde la Bruja lo esperaba con la garganta abierta y los sesos de fuera y los dientes llenos de sangre… y ya casi había perdido las esperanzas de salvarse, cuando finalmente percibió las primeras luces de Villa