El propagandista experto, tal como el publicista experto, evita la apelación evidente a lo emocional y se afana por lograr un tono que sea consistente con la cualidad prosaica de la vida moderna: de muelle indiferencia. El propagandista tampoco hace circular información «intencionalmente prejuiciada». Sabe que las verdades a medias son instrumentos más efectivos de engaño que las mentiras. Así, intenta impresionar al público con estadísticas de crecimiento económico que obvian el año a partir del cual se hace el cálculo, con hechos precisos, aunque sin sentido, acerca del nivel de vida; en otras palabras, con datos brutos, sin interpretar, que invitan a la audiencia a extraer la conclusión ineludible de que las cosas están mejorando y que el régimen actual merece toda la confianza del pueblo, o, como contrapartida, que las cosas están empeorando a un ritmo tal que debería otorgarse al régimen facultades de emergencia para lidiar con la crisis. Valiéndose de detalles precisos para insinuar una imagen errónea del todo, se ha dicho que el propagandista diestro hace de la verdad la principal forma de falsedad.