Philippe Sands

El hombre al que yo llegué a conocer en la segunda mitad de su vida era la última persona que quedaba de los años en Galitzia. Aquella era la causa del silencio que yo había percibido de niño, un silencio que dominaba el pequeño apartamento que él compartía con Rita.

El ser humano individual... es la unidad última de todo el derecho.

Lauterpacht llevaba un cuaderno detallado, hoy en posesión de su hijo, en el que registraba los libros que leía, de un amplio abanico de materias, incluidas la guerra y la economía, la religión y la psicología, La riqueza de las naciones de Adam Smith y un tratado sobre marxismo.

Encontré una fotografía de una barricada, en la calle donde la familia Lauterpacht viviría más tarde, espolvoreada con una ligera capa de nieve temprana. Con la foto era más fácil imaginar los acontecimientos de aquellos tres días, descritos por el New York Times bajo el titular de: «1.100 judíos asesinados en los pogromos de Lemberg».

Los jóvenes judíos no podían «sentarse en los mismos pupitres que quienes participaban en los pogromos contra los judíos», explicaba un amigo suyo.

mientras que los sionistas no se conformaban con otra cosa que no fuera un Estado judío independiente en Palestina.

El derecho internacional apenas planteaba restricciones al trato que la mayoría daba a las minorías, y no había derechos para los individuos.

El filósofo Martin Buber, que ejercía la docencia y vivía en Lemberg, se convirtió en un referente intelectual, oponiéndose al sionismo como una repugnante forma de nacionalismo y argumentando que un Estado judío en Palestina oprimiría inevitablemente a sus habitantes árabes.

Era un primer pálpito de escepticismo con respecto al poder del Estado.

Las clases debieron de poner de relieve el carácter marginal del tema en una universidad donde abundaba la discriminación y donde cada profesor tenía libertad para decidir si impedía a ucranianos y judíos asistir a sus cursos.