Gabriel García Márquez

Pero la curiosidad pudo más que el temor,

Ella le correspondió, y él siguió dándole besos muy suaves en las mejillas, en la nariz, en los párpados,

único que se le ocurrió para disimularlo fue colgarse del cuello de su hombre, y besarlo a fondo, muy fuerte, hasta que se gastaron en el beso todo el aire de respirar.

«No creo en Dios, pero le tengo miedo».

Hace un siglo me cagaron la vida con ese pobre hombre porque éramos demasiado jóvenes, y ahora nos lo quieren repetir porque somos demasiado viejos».

Pues habían vivido juntos lo bastante para darse cuenta de que el amor era el amor en cualquier tiempo y en cualquier parte, pero tanto más denso cuanto más cerca de la muerte.

Úrsula perdió la paciencia. «Si has de volverte loco, vuélvete tú solo —gritó—. Pero no trates de inculcar a los niños tus ideas de gitano.»

José Arcadio Buendía soñó esa noche que en aquel lugar se levantaba una ciudad ruidosa con casas de paredes de espejo. Preguntó qué ciudad era aquella, y le contestaron con un nombre que nunca había oído, que no tenía significado alguno, pero que tuvo en el sueño una resonancia sobrenatural: Macondo.

despertó con dolor de cabeza y con un sedimento de estribo de cobre en el paladar

denso olor de aguas dormidas