Papá y ella bailaban así, viviendo separados en la misma cabaña, a veces sin verse durante el día. Sin hablarse casi nunca. Limpiaba lo que manchaba tanto ella como él, como una mujercita muy seria. Aún no sabía cocinar lo bastante para hacerle la comida y, de todos modos, no estaba nunca, pero hacía la comida, recogía lo que tiraba, barría y lavaba los platos la mayoría de las veces. No porque se lo hubieran mandado, sino porque era la única manera de mantener la cabaña decente para cuando volviera mamá.