Andrés Acosta

—Y usted —carraspeó Fabio luego de un rato— ¿por qué se quiere morir?
—Digamos que estoy loca.
—¿Cómo loca?
—Sí, loca, soy demasiado frágil para el mundo —suspiró—, como esos genios atormentados que nadie entiende. Haga de cuenta Van Gogh, nada más que no pinto. En realidad no tengo ningún talento. Soy una perdedora natural.

Aquí es donde una mariposa blanca se desprende de sus alas y aun así logra levantar su vuelo. Aquí es donde un papel se rompe, pero no desparece. Aquí es donde una palabra se quiebra, pero no pierde sentido. Aquí es donde la historia se desdobla como una burbuja, porque incluso en los momentos más oscuros, hay alguien que mira; alguien que se da cuenta de lo que te entristece. Y cuando digo oscuro, es porque de veras tiene una cara del color de la noche. Una piensa que vigila la higuera día a día, a través de la ventana, cuando sucede lo contrario: quien es vigilada es una misma, desde la higuera…

¿Existe algo más sabio que burlarse de las miserias de uno mismo?

Me hubiera quedado de senador a dormir y cobrar.

Nunca se sabe, m’ijo. Mi madre, que hacía el mejor cerdo en pipián de este y el otro mundo, me enseñó que siempre había que traer calzones limpios. Así, en caso de sufrir un accidente, el doctor no haría cara de fuchi.

La historia universal nos ha enseñado que el amor produce unos matrimonios aberrantes.

Sí, mi novia es una loca deschavetada pero con buenos contactos. Pequeños detallitos de los que se nutre el amor.

ya no tengo tanto miedo de convertirme en zombi (aunque si me dan a elegir, prefiero mantenerme humana, gracias).

Soy la peor mala del mundo.

Esto de ser mala persona está acabando con mis nervios y no creo que sea lo más conveniente para ligar.