símbolo de Cristo. Por lo demás, Dostoievski ha disminuido la «inteligencia secundaria» del príncipe precisamente para mostrar la capacidad de penetración de su «inteligencia fundamental». Si lo ha privado de orgullo, lo representa, sin embargo, valiente e intrépido, pero su valentía y audacia nacen de su amor a la verdad, que defiende sin temor alguno. Su debilidad no impide que sea incomparablemente fuerte y vigoroso, pero con la fuerza y el vigor de la humildad, «la fuerza más grande que pueda existir en el mundo». En cuanto a su virilidad, no olvidemos el juicio definitivo y absoluto con que Nastassia Filipovna lo saluda: «Adiós, príncipe. ¡Por primera vez en mi vida he visto a un hombre!»: significativo juicio en boca de una mujer nada ignorante en comportamientos masculinos. Su condición de símbolo de Cristo está confirmada por muchas características que lo acercan a Él: como Cristo, él es manso y sencillo, humilde y compasivo, infinitamente capaz de perdonar y de amar, transforma a los hombres con su simple presencia, entiende y los comprende a todos en lo más profundo de sus corazones. Pero él mismo permanece enigmático para los demás.