Pese a todos los esfuerzos de mi abuela, pese a todas sus diatribas del tipo «puedes hacer lo que quieras: no seas como esos capullos que creen que todo el mundo está contra ellos», antes de alistarme sólo había asumido parcialmente el mensaje. A mi alrededor había otro mensaje: que yo y la gente como yo no éramos suficientemente buenos, que la razón por la que Middletown había producido cero graduados en las universidades de élite de la Ivy League era algo genético o un defecto del carácter.