Durante años pensé que el sueño no precisaba de interpretación, pero hoy en día creo que anhelaba sacar a mi padre del umbral, no por la culpa y la competitividad sexual, sino para liberarme de mi madre. Me ponía la piel de gallina. Estaba en todas partes, encima, dentro y fuera de mí. Su influjo se asía como una membrana a mis fosas nasales, a mis párpados y a mi boca abierta. La introducía en mí cada vez que inhalaba aire. Me adormecía dentro de su atmósfera anestesiante, no podía escapar de la naturaleza apabullante y claustrofóbica de su presencia, de su ser, de su asfixiante y sufriente calidad de mujer.
No tenía ni idea de nada.