Una hora más tarde, estábamos en el aeropuerto, esperando un vuelo que no habíamos planeado, con las maletas llenas, dándonos golpes en la frente, recordando cosas que dejamos en la mesita del cuarto, en la sala, junto al televisor, en el balcón. Mamá se veía más tranquila, acariciaba la cabeza de mi hermana que estaba acostada en sus piernas. Yo me levanté y apoyé la cara en el vidrio que separa la sala de espera con la pista de aterrizaje. Vi aviones llegando, saliendo, vi el sol salir, volteé y vi a mamá, vi mi maleta. Pensé en Colombia, en la orquesta, en todos los músicos, en las bailarinas que no estaban ahí. Llamaron a abordar nuestro vuelo y, por fin, lloré.