Oscar Wilde

Deberías haberte marchado cuando te lo pedí –murmuró.

–Me quedé cuando me lo pediste –fue la respuesta de lord Henry.

Me culpo por dejar que una amistad no intelectual, una amistad cuyo objetivo primario no era la creación y contemplación de cosas bellas, dominara enteramente mi vida.

Sí; sé que así fue. No importa cómo te portases conmigo, siempre sentí que en el fondo me querías de verdad.

Y el final de todo es que tengo que perdonarte. He de hacerlo. No escribo esta carta para poner amargura en tu corazón, sino para arrancarla del mío.

Príncipe Feliz no llora por nada.

La vida que había de formarle al alma le deformaría el cuerpo.

La única manera de librarse de la tentación es ceder ante ella. Si se resiste, el alma enferma, anhelando lo que ella misma se ha prohibido, deseando lo que sus leyes monstruosas han hecho monstruoso e ilegal

No me arrebates la única persona que da a mi arte todo el encanto que posee: mi vida de artista depende de él.

No sería feliz si no lo viera todos los días. Me es absolutamente necesario.

–¡Extraordinario! Creía que sólo te interesaba el arte. –Dorian es todo mi arte

–Sí –continuó el joven–: para ti soy menos que tu Hermes de marfil o tu fauno de plata. Ésos te gustarán siempre. ¿Hasta cuándo te gustaré yo?