Jorge Comensal

Mi abuela solía decir «Me gusta la copita» al borde de la congestión alcohólica.

De todos los apetitos, leer es el más tramposo. Parece una costumbre inofensiva, pero tiene sus peligros y locuras, excesos y trastornos. Opio, bingo, sexo, tabaco, Biblia, marihuana… Los libros también enganchan la vida a su consumo. La historia de la lectura está plagada de sobredosis:

Mi dicha fue con ellos solamente, una vida de mierda con perfume de azahar.

El lector compulsivo vive mil años todas las noches. No está mal para una especie como la nuestra, obsesionada con la inmortalidad.

La lectura induce estados alterados de conciencia que pueden trastornar la mente. Que las letras enloquecen es un lugar común tan antiguo que ya aparece en la Biblia. Quiero ir desde ese lugar común hasta un lugar de comunión: el goce de esta locura.

Doctor, los locos solo somos otro cosmos, con otros otoños, con otro sol. No somos lo morboso;

solo somos lo otro, lo no ortodoxo. Otro horóscopo nos tocó, otro polvo nos formó los ojos, como formó los olmos o los osos o los chopos o los hongos.

Cristianos, musulmanes, ateos, hegelianos, economistas, paranoicos de la conspiración… todos nos dopamos con algún libro. Las letras son el tónico de la civilización.

0, pocos años después del invento revolucionario, un burgués llamado Louis Garin aconseja en verso a su hijo sobre el peligro de excederse con la lectura:
Leer historias y libros bellos
es un pasatiempo agraciado;
mas no leas tanto que te embriagues:
a otros los ha hecho miserables,

amar demasiado [los libros] no es para los mejores,
para la gente que se dedica a la mercadería…