Un día, mientras hacían el inventario de la casa de Curzon Street en compañía del abogado de lady Clementina y de Sybil, quemando paquetes de cartas amarillentas y vaciando cajones llenos de cachivaches, la joven dio de pronto un gritito de alegría.
—¿Qué has encontrado, Sybil? —preguntó lord Arthur con una sonrisa mientras alzaba la vista de su tarea.
—Este encantador pastillero de plata, Arthur. Parece holandés, ¿no es un amor? Regálamelo, te lo ruego. Las amatistas no me quedarán bien hasta que pase los ochenta años.