Lo que en el Renacimiento se consideraba unido, arte y ciencia, ciencia y teología, tiende ahora a desgajarse. Tenemos el ejemplo de Zuccari, quien niega que las ciencias sean la base de las artes, libera «a la arquitectura de las vinculaciones que le imponen las matemáticas y la geometría», y la pintura, con su obvia tendencia al pictoricismo, a la visión más que a la perfección, y en cuanto puede más que a la norma, se hace «madre e hija de la arquitectura». Pero nos encontramos también con quien, como Vincenzo Scamozi, reafirma con determinación el carácter preeminentemente científico de la arquitectura. Rechaza al Barroco y afirma que la razón es la ley de la arquitectura, que debe ser sencilla y estar en armonía con la naturaleza. Tal armonía se obtiene a través de formas regulares y ángulos rectos, evitando las línea sinuosas, los pliegues y arabescos.