Alan Bullock

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    Una segunda causa del fracaso, reforzada por la primera, era la predisposición de Stalin a creer en los esquemas «milagrosos» que le proponían los profetas de la heterodoxia científica, el más conocido de estos hombres, aunque no el único de ellos, fue Trofim Lisenko. La teoría científica del «michurinismo», por ejemplo, recibió su nombre de un personaje que se erigió a sí mismo en criador de árboles frutales. Aunque no logró producir nunca ni una sola variedad nueva, sus afirmaciones fueron aclamadas como una importante contribución proletaria y soviética a la ciencia, al postular la facultad del hombre para sortear «las llamadas leyes naturales» y controlar su entorno.
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    En Jerusalén el pueblo judío ha fundado el museo conmemorativo Yad Vashem, para recordarse a sí mismo y recordar al resto del mundo los horrores del holocausto. Es imposible visitarlo y contemplar las pruebas que han recolectado sin salir de allí abrumado y aplastado. Sin embargo, al salir a la calle, se entra en una avenida poblada de árboles, conocida como la Avenida de los Justos, en la que cada árbol está dedicado a la memoria de una persona no judía, que no se mantuvo al margen, sino que arriesgó su vida para ayudar a los judíos en su desgracia.
    Jamás he olvidado esa yuxtaposición del museo de holocausto con los árboles. Estas dos realidades siguen siendo para mí la imagen doble de aquellos años, la de la crueldad inconcebible y el coraje, la insensibilidad y la compasión: la capacidad humana para el mal, pero también la ratificación de la posibilidad de la nobleza humana. Y aún más que eso, esas dos imágenes imponen a todos aquellos que fueron lo suficientemente afortunados como para sobrevivir la obligación de no retroceder ante las dificultades.
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    Ya inmerso en la planificación de la campaña, la preocupación principal de Goebbels era el dinero. «Por todas partes nos piden dinero —escribía en su diario—. Y nadie nos quiere dar un crédito. Una vez se consigue el poder, tienes dinero fácilmente, pero es entonces cuando ya no lo necesitas. Sin el poder, necesitas el dinero, pero en ese caso es cuando no se consigue21».
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    De lo único que podría culparse Von Papen sería de haber cometido el error más notable de toda la historia del siglo XX. Aun cuando bien es verdad que Hitler reiteraba constantemente su intención de respetar la «legalidad», también lo es que jamás mantuvo en secreto qué entendía por tal cosa. En su declaración ante el tribunal de Leipzig en 1930, Hitler explicaba:
    Lo único que hace la constitución es delimitar el campo de batalla, pero no fija los objetivos. Nos incorporamos a las instituciones legales y de ese modo pretendemos hacer de nuestro partido el factor determinante. No obstante, una vez que poseamos el poder constitucional, moldearemos el Estado en la forma que nos parezca conveniente36.
    Todavía más clara fue la respuesta que Hitler dio a Brüning cuando el canciller, en los tiempos en que aún lo era, le desafió directamente en un intercambio público de cartas, en diciembre de 1931. Brüning escribía: «Cuando un hombre declara que una vez que haya conquistado el poder por medios legales piensa saltarse todas las barreras, ese hombre no se atiene realmente a la legalidad».
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    A Hitler siempre se le revolvía el estómago con las discusiones o cuando se le llevaba la contraria, pero hasta entonces se había estado resignando con las críticas de Schacht a Göring y al plan cuadrienal porque pensaba que la continuidad de la presencia de Schacht en el Ministerio de Economía era esencial para que el régimen mantuviese la confianza de los círculos financieros tanto en el país como en el extranjero. Schacht, como es lógico, dio su brazo a torcer. Pero Hitler empezó entonces a preguntarse si realmente importaba ya que Schacht se quedase o se fuera.
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    Al igual que Hitler, Stalin solamente escuchaba aquellos informes de contraespionaje en los que se le decía lo que quería oír, convencido como estaba de que era la voluntad de vencer y no los recursos materiales lo que decidiría el desenlace de la guerra; convencido también, de nuevo al igual que Hitler, de que la formación profesional de los oficiales tan solo les capacitaba para ver dificultades y hacer objeciones. Para estimularlos, Stalin les envió a sus representantes personales, Mejlis, Bulganin y Malénkov, quienes entraron pisando fuerte, sin ningún tipo de experiencia militar, y contribuyeron más a socavar la confianza y a crear confusión que a infundir ánimos a cualquiera de los jefes que visitaban.
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    Al igual que ocurrió con la inmensa mayoría de las personas que se encontraban con Attlee por primera vez, Stalin le menospreció y dijo de él que «no da la impresión de ser un hombre codicioso8». Sin embargo, Attlee tenía un fino espíritu de observación y él, a su vez, expresó la impresión que le había causado Stalin, ofreciendo un retrato que difícilmente podía ser mejorado en una sola frase: «Me recuerda a los déspotas del Renacimiento, falto de principios, dispuesto a recurrir a cualquier procedimiento, menos al de un lenguaje florido, siempre con un sí o un no en la boca, aunque tan solo se puede fiar uno de él cuando ha dicho que no9».
  • Adal Cortezje citiraoпре 10 месеци
    El camarada Stalin elaboró la teoría de los factores permanentemente operantes que deciden los resultados de las guerras, de la defensa activa y de las leyes de la contraofensiva y la ofensiva... del papel que desempeñan en la guerra moderna las concentraciones masivas de tanques y las fuerzas aéreas. En las diversas etapas de la Guerra, el genio de Stalin supo encontrar siempre la solución correcta y tuvo en cuenta todas las circunstancias... Su dominio magistral del arte de la guerra se demostró tanto en la defensa como en la ofensiva. Su genio le permitió adivinar los planes del enemigo y derrotarlo.
    A lo que Stalin añadía:
    Aunque cumplió con su misión de dirigente del partido y del pueblo con habilidad consumada y disfrutó del apoyo incondicional de todo el pueblo soviético, Stalin no permitió nunca que su labor se viese ensombrecida por el menor atisbo de vanidad, de presunción o de adulación de sí mismo43.
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