Francamente, aquello me acojonó. No volví a usar nunca un polisílabo en la conversación; de hecho, apenas habría la mui en toda la noche. Me comportaba como un retrasado mental profundo, que era lo que querían de nosotros. De vez en cuando, para halagar al jefe en cierto modo, subía a preguntarle, cortés, qué podría querer decir tal o cual palabra. Eso le gustaba. Era como un diccionario y horario ambulante, aquel tipo.