Carmen Leñero

No sorprende
que el río se vaya,
sorprende que permanezca.

Tantas arrugas como caminos,
tantas caras como memorias,
un solo río.

Necesario dormir cien horas
para mantener la alerta
unos segundos.

Un río de leche
y otro de risas
moja los labios del bebé.

Entonces me llaman para bañarme en la palangana. Detesto la palangana. Me meten desnuda, me mojan y ahí me tienen tiritando de frío mientras me restriegan los codos y las rodillas. Luego, aunque me enjuaguen mil veces quedo bien pegosteosa, pero no hay modo de hacerles entender eso a los grandes.