Los nazis no recibieron su merecido, Reb Berish. Estuve en Múnich tras la guerra. Estaban todos allí, sentados en una enorme cervecería, colorados y gordos como cerdos, trasegando cerveza y cantando canciones nazis como desatados. Alardeaban abiertamente de la cantidad de judíos que habían quemado, gaseado, enterrado vivos, y de a cuántas chicas judías habían violado. Tendría que haber oído cómo se reían. América les enviaba miles de millones de dólares y se llenaban el gaznate de bayerisches y se zampaban sus weisswurst. Las panzas casi les reventaban de placer.