Clarice Lispector

Sí, sí, ahí estaba la verdad: aquellas mujeres existían más que los demás, eran el símbolo de la cosa en la propia cosa. Y la mujer descubrió que era un misterio en sí misma. Había en todas ellas una cualidad de materia prima, alguna cosa que podía acabar definiéndose pero que jamás acababa haciéndolo porque su misma esencia era la del «cambio»

Escúchame, escucha el silencio. Lo que te digo nunca es lo que te digo y sí otra cosa.

Porque la luna llena da un insomnio leve, embotado y somnoliento como después del amor.

Parambólica es lo que soy. No puedo resumirme porque no se puede sumar una silla y dos manzanas. Yo soy una silla y dos manzanas. Y no me sumo.

alcanzo a través del sueño. Yo te invento, realidad.

Yo, expuesta a la intemperie, yo, inscripción abierta en el dorso de una piedra

No sé sobre qué estoy escribiendo; soy oscura para mí misma. Sólo tuve inicialmente una visión lunar y lúcida, y entonces capturé para mí el instante antes de que muriese, y que perpetuamente muere.

Siento que vivir es inevitable. En primavera puedo pasarme horas sentada, fumando, solo siendo. Ser a veces sangra. Pero no hay manera de no sangrar porque siento en la sangre la primavera. Duele. La primavera me da cosas. Me da de qué vivir. Y siento que moriré un día de primavera. De amor hiriente y corazón debilitado.

¿Quién no se preguntó alguna vez: soy un monstruo o esto es ser una persona?

Quiero antes dar fe de que esa muchacha no se conoce sino a través de ir viviendo sin rumbo. Si cometiese la tontería de preguntarse «¿quién soy yo?» caería extendida y de lleno en el suelo. Es que «¿quién soy yo?» provoca necesidad. ¿Y cómo satisfacer la necesidad? Quien se indaga está incompleto

Nunca la olvidé: jamás se olvida a una persona con la que se durmió. El acontecimiento queda tatuado, marcado a fuego en carne viva