Virginia Higa

Hay de veras un mundo enorme que funciona de modo independiente de mí, y aun así estoy dentro de él, ¡vivo en sus pliegues

La familia consideraba que los buenos modales en la mesa eran la manifestación externa de un alma noble. Los modales más elegantes eran también los más simples: el cuchillo, al comer las pastas, resultaba innecesario. También les disgustaba que la gente acompañara los fideos con una cuchara, porque eso quería decir que no tenían la destreza de hilar una madeja de spaghetti que pudiera entrar en la boca con gracia y precisión.

Pero la mishadura no tenía nada que ver con la pobreza o la riqueza.

Sciaquada era la palabra con la que se nombraba en la familia a las mujeres sin gracia

Más que el sufrimiento, o el dolor, el gran enemigo de la familia era la mishadura. Le temían casi tanto como a la muerte.

La palabra catrosho, en masculino, también existía, aunque no significaba exactamente lo mismo que catrosha, ni era despectiva

Catrosha era una palabra que existía solo en esa familia y

Era fundamental que el sorrentino se cortara solo con el tenedor; al que le clavara un cuchillo se lo calificaba inmediatamente de forastero. Si lo hacía alguien de la familia se lo corregía en el acto. Cuando algún sobrinito aprendía a comer con cubiertos y se le enseñaba la importancia de no cortar ninguna pasta blanda con cuchillo, la lección era aceptada como un dogma

sorrentino, en cambio, es un ente en sí mismo. Un niño o una mujer que se alimentara como un pajarito pueden comer un solo sorrentino con total dignidad. El sorrentino se puede cortar tres o cuatro veces, y el pedacito resultante sería un bocado tan decente como cualquier raviol.

“Cada pasta tiene su personalidad”, decía el Chiche, que también corregía a quienes confundían agnolotti con tortellini, o tagliatelle con pappardelle.