La violencia extrema, en su horrible originalidad, a la vez nos indigna y nos deja sin posibilidad de escucha, sin recursos —semánticos, estéticos, corporales incluso— para poder aprehenderla.8 Paraliza, en el mejor de los casos, si es que no produce más bien una reacción inmediata de rechazo y de incredulidad, porque de admitirla como real nos enfrentamos a la desaparición del mundo tal como solemos entenderlo y percibirlo. Esto es, a la desaparición del mundo y de sus sentidos. Explica Arendt:
No hay paralelos con la vida en los campos de concentración. El horror allí vivido no puede nunca llegar a ser aprehendido enteramente por la imaginación, en tanto que se encuentra por fuera de todas nuestras categorías tradicionales, por fuera del mundo de la vida y de la muerte.