María Sánchez

dime qué anoto ahora en este cuaderno si todos los pájaros no cantaron o se escondieron

la ternura siempre es
más fácil con un trozo de pan en la boca

Una de las cosas bonitas de este nuevo impulso feminista es cómo nos ha permitido revisar experiencias y actitudes de nuestro pasado y resignificarlas para entendernos a nosotras mismas, pero también entender a nuestras madres, a nuestras abuelas.

Yo reivindico que las mujeres creemos una genealogía propia. Es necesario retar las convenciones y crear un nuevo discurso. Es preciso quitarle el María a Pandora, a Eva, a Helena, a Dalila, a Lucrecia… Rescatar sus nombres a secas, eliminando las cargas de servidumbre que transmiten la tradición religiosa y la oscura tradición patriarcal.

Habían dejado de ser del pueblo pero tampoco encajaban en la ciudad. Eran dos mujeres independientes que, aunque se tenían la una a la otra, se habían quedado solas a la fuerza; eligieron formarse y trabajar. Las habían dejado en tierra de nadie.

La relación de mi madre (y la de tantas mujeres) con el medio rural se convierte en un relato extraterrestre si lo comparamos con la relación de tantos hombres con él

Porque, como escribió Berger, «toda cultura actúa en general como un espejo que permite al sujeto reconocerse, o, al menos, reconocer aquellas partes de sí mismo socialmente aceptable. Quienes sufren de carencias culturales tienen menos oportunidades de reconocerse».

Mi madre casi nunca me habla de su infancia. La vida de mi madre antes de ser mi madre era un misterio para mí.

Las flores me recordaban a ese tratado de ilustraciones anatómicas de Bourgery. Ese libro que me había acompañado en la sala de disección. Sólo que las flores que salían en el atlas eran rosas y no formaban parte de ningún árbol. Las flores que en ese huerto no tenían cabida y que sólo existían en mi cabeza no eran flores. Eran las extremidades laterales de las trompas uterinas. Sus infundíbulos. Una de mis partes favoritas en disección del aparato reproductor de la hembra.

El nido.

El cobijo.

El origen.

La nana.

Un resplandor entre dos abismos