Para estos amantes de “lo prolijo”, el principio de Gracián funciona a la inversa –“lo bueno, si breve, es dos veces breve”– por una sencilla razón: “lo breve” produce una emoción igualmente efímera, que deja insatisfechos a ciertos lectores: aquellos que no ven la lectura como una pérdida de tiempo, ni como un sacrificio penoso que debiera reducirse al mínimo. Leer, para ellos, es más bien un lujo o una lujuria, derivado de concentrar su tiempo, su atención y su energía en una sola obra.