poesía sentimental, en particular la amorosa, ha gozado de una excelente salud desde los orígenes mismos de la literatura. No solo en Occidente, sino en el lejano Oriente, donde desde fechas tempranas la mujer preside el canto y el lloro del amor, acudiendo a la expresión elíptica, la alusión y a las fórmulas convencionales que la tradición exige. La Antigüedad grecolatina, por el contrario, acude a una expresión abierta, como en Safo, y que, en los versos de Catulo y Ovidio se desata en el vértigo de la pasión gozosa y sufriente. Pero no será hasta el surgimiento, primero, de la cansó amorosa y cortés trovadoresca (ss. XII-XIII) y, a continuación, de la lírica amorosa renacentista de la mano de Dante y Petrarca que se consolide el canon occidental que fija el sitio privilegiado de la mujer en la poesía amatoria y de los correspondientes modelos de expresión que tal predominio exige, consolidados por el “doloroso sentir” de Garcilaso en la poesía española. El Romanticismo, heredero de la tradición acumulada de la poesía amatoria y alimentado por la tendencia a la exaltación de las emociones por encima del intelecto, dejará una indeleble huella del amor sublimado y del atormentado desamor, reflejado en una retórica apasionada y excesiva, las más de las veces acogido a una expresión irracional del sentimiento; una manera prolongada en las ubicuas tentaciones del neorromanticismo, interrumpido únicamente por una moderidad de reacción antisentimental, que incorpora la ironía y el humor, despojando el lenguaje de los previos sutiles ropajes que lo envolvían, dotándolo de un tratamiento directo, conversacional a veces, prosaico y provocador. José Ángel Buesa (Cuba, 1910-República Dominicana, 1982) fue un poeta neorromántico. Desconoció voluntariamente