Un día discutí con mi maestro sobre la imposibilidad de sentir placer si nos tocan donde no nos gusta que nos toquen. Yo le decía que a unas personas nos producen placer unas cosas y a otras, otras. Y que por eso era muy difícil encontrar parejas sexuales compatibles. Que por muy bien que lo pasaras, sólo con unas pocas sentías una conexión sexual intensa. Sin embargo, él aseguraba que, si aprendías a disfrutar, cualquier persona podía ser un amante perfecto con quien sentir una conexión sexual increíble. Afirmaba que la conexión sexual no se daba: se creaba. Intentaba explicarme que las zonas que percibimos como desagradables podían transformarse. Y que los patrones de placer, esos estímulos muy concretos mediante los que conseguimos el orgasmo, se podían romper para aprender a disfrutar de otros modos.