En dicha dictadura de la industrialización, máquinas como “el martillo neumático” se apoderan física y emocionalmente de los cuerpos que las ejecutan, pues durante su uso las vibraciones, los ruidos, los olores del combustible penetran y se impregnan a los cuerpos, los sacuden, lo tensan, los hacen vibrar según los intervalos y espasmos motores y mecánicos de la máquina. Estos ritmos mecánicos y motores, que en mayor o menor grado se introyectan en los cuerpos, los invaden, los condicionan y modifican, pues aun después de la jornada laboral el trabajador no deja de percibir y sentir la tensión y la vibración de la máquina en sus manos, muslos, piernas, brazos y cerebro