«En el exiguo espacio del sidecar, deambulan a su antojo varias cosas sueltas. Libros, cámaras, gafas de sol, abrigos de piel, abrigos para el polvo, impermeables y, finalmente, yo. En el hueco detrás del asiento llevamos teteras, estufas, galletas, chocolate y considerables provisiones de té. Más tarde nos damos cuenta de que necesitaremos cargar también un bidón de gasolina. ¡Aún tenemos sitio, y resulta ser muy cómodo! Mi rostro debe mostrar la misma expresión de terror que la de un cordero camino al matadero».