Con mucha frecuencia me sentía llena de rabia y desesperación. Siempre fui una solitaria. A pesar de todo eso, amaba y sigo amando la vida. Cuando me enfadaba me iba a pasear por los Peninos; todo el día con un bocadillo de mermelada y una botella de leche. Cuando me dejaban fuera de casa o, el otro castigo favorito, me encerraban en la carbonera, me inventaba historias y me olvidaba del frío y de la oscuridad. Sé que son técnicas de supervivencia, pero puede que el rechazo, cualquier rechazo, a que te destruyan, deja entrar luz y aire suficientes para seguir creyendo en el mundo y en el sueño de escapar.