Escribir páginas matutinas es como enviar un telegrama al universo. Damos nuestras coordenadas exactas: aquí y cómo estoy. El universo, en respuesta, intercede por nosotros. Aunque tal vez no lo denominemos así, entonamos una oración. En las páginas de cada día se halla implícita la súplica «Te ruego que me ayudes», y el universo responde.