Siempre había sido consciente de que el pasado no moría sólo por desearlo. El pasado nos hacía señas: crujidos y chasquidos por la noche, palabras mal escritas, la jerga de la publicidad, los cuerpos que nos atraían y los que no, los sonidos que nos recordaban a esto o a lo otro. El pasado no era un hilo que dejábamos suelto a la zaga, sino un ancla.