«¿Íbamos a estar sin luz para siempre?», pregunté una tarde, llorando. ¿Qué quería decir deuda externa? Eran las palabras más feas y tristes que podía imaginarme. No había cines. No había música. No nos dejaban caminar por algunas calles demasiado oscuras. A veces la electricidad no regresaba después de las ocho horas prometidas