Jamás habíamos utilizado una con la otra apodos cariñosos, por ejemplo. Solo aprendí a exteriorizar la ternura con mis hijos y nietos. La educación que me dio mi madre fue autoritaria. Según le confesó a una tía mía, me había tenido para darle sentido a su vida, pues en un momento dado había perdido las ganas de vivir. Me tuvo para sobrevivir, diría yo. Ella, sin embargo, no me lo confesó nunca. Creo que no era plenamente consciente de lo compleja que resultaba la maternidad en solitario. De ahí su frecuente intransigencia para conmigo.