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Margaret Rogerson

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    Escapaba a mi entendimiento la razón por la que a los elfos les fascinaban tanto los retratos. Suponía que tenía algo que ver con la vanidad y con sus insaciables ganas de rodearse de arte humano
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    Eres la mejor artista de esta era. ¡Imagina la de cosas que podría concederte! Podría hacerte derramar perlas en lugar de lágrimas. Podría prestarte una sonrisa que esclavizara los corazones de los hombres o un vestido que una vez que se contemple nunca se olvide. Y, sin embargo, tú me pides huevos
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    Mis hermanas gemelas no eran precisamente humanas. Habían venido al mundo como un par de cabritillas antes de que un elfo borracho las encantara por diversión. Era un proceso lento, pero me dije a mí misma que al menos la cosa marchaba. El año anterior por la misma época aún no estaban domesticadas. Si había que sacar algo positivo de su encantamiento, era el hecho de que este las había vuelto casi indestructibles:
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    Los elfos son unos farsantes portentosos, pero no pueden mentir abiertamente y su glamur siempre tiene una tara. La de Tábano eran sus dedos: demasiado largos para ser humanos y con extrañas articulaciones en algunos puntos.
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    Para entonces yo ya estaba acostumbrada a las peculiaridades de los elfos. Sin apartar la vista de su manga izquierda, seguí dando pinceladas al amarillo lustroso de la seda y recordé los tiempos en que su conducta me desconcertaba. Sus gestos eran distintos a los de los humanos: suaves, precisos, caracterizados por una rigidez particular, jamás fuera de lugar
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    A cambio de aquella cinturita de avispa, la señora Firth no podía pronunciar ninguna palabra que comenzase por una vocal. Y el octubre anterior, el primer pastelero de la confitería había intercambiado por
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    Tábano parecía un hombre de treinta y tantos. Como todos los ejemplares de su especie, era alto, esbelto y guapo. Sus ojos eran del azul cristalino en que se torna el cielo
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    por error tres décadas de vida por unos ojos más azules y había dejado viuda a su esposa.
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    La verdad era que no había ningún elfo amable, fuera de la casa que fuera. Sólo fingían serlo
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    Así que créeme cuando te digo que, si quieres tratar con ellos, debes tener cuidado. Que no sean capaces de mentir no los hace sinceros; intentarán engañarte a la primera de cambio. Si te ofrecen algo demasiado bueno para ser verdad, es que hay gato encerrado
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