Yukiko Motoya

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    —Me alegro de que te estés pareciendo a mí —observó él mientras me servía cerveza. Su comentario me sorprendió, pero, como tenía la boca llena, no pude replicar.
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    Por la mañana, cuando me miré en el espejo, parecía como si mi cara hubiera empezado a olvidarse de mí.
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    Qué bien se está contigo, Sanchan —me dijo.

    —Sí, ¿verdad? —repliqué, sin pensarlo ni un momento.
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    mi cara tenía una rara expresión de estupidez. Poco a poco se estaba aproximando a la de mi marido
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    vuelvo a comer eso, me voy a atontar.

    —¿Y qué? No pasa nada porque te atontes.
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    Escucha, Sanchan —me dijo mientras ajustaba la potencia del fuego—. Dices que se trata de cosas importantes, pero ¿lo son de veras? Lo que ocurre es que te gustaría hablar de cosas importantes, no que tengas tales cosas para hablar de ellas. ¿No es cierto?

    Al escucharlo, empecé a perder la confianza en mí misma y estuve a punto de dejarme engatusar, pero conseguí no darme por vencida y seguir conversando
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    Mira, Sanchan, tú y yo somos iguales, ¿no? La verdad es que no quieres pensar en nada, así que no es necesario fingir que lo haces, ¿no te parece? Tampoco yo deseo hablar de cosas importantes y por eso me resulta tan cómodo estar contigo.
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    —Yo sabía que no te irías de aquí pasara lo que pasase. —Aquella no era la voz de mi marido; sin embargo, ya no recordaba cómo era su auténtica voz—. En realidad, lo sabes todo, Sanchan, sabes por qué te has casado conmigo y por qué me he casado yo.
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    Sentí que se me ponía la piel de gallina. En aquel instante, en mi boca abierta, porque estaba a punto de gritar, entró algo caliente.

    —Recién frito es como está más bueno.
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    Aquella cara, que no veía desde hacía tiempo, era un compuesto de dos caras, a medias la mía y a medias la suya. No sabía si echarme a reír o llorar. Él no dejaba de lanzarme a la
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