—Entonces, ¿qué? —argumenté—. ¿Quieres encerrarme en tu sótano para bailar para ti al mando? ¿Es eso?
Pero en lugar de la respuesta espeluznante, monótona y tranquila que estaba recibiendo, su pecho se sacudió con una risa tranquila.
—¿Puedo esconderme allí contigo? —preguntó.