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Knjige
Mircea Cartarescu

El Ruletista

  • Rafael Ramosje citiraoпре 7 сати
    Por mi parte, siempre me ha estremecido el deseo femenino de acercarse a la muerte, su fascinación por los hombres que huelen a pólvora de forma casi metafísica. El increíble éxito que tenía entre las mujeres aquel chimpancé estúpido y apergaminado que de vez en cuando ponía en peligro su propia vida, debía de tener su origen ahí. Creo que aquellas mujeres nunca habrían amado con más pasión que después de haber asistido a su muerte: habrían llegado a casa con sus amantes y se habrían arrancado los vestidos ensangrentados, manchados de pegotes de una sustancia cenicienta y de líquido ocular.
  • Rafael Ramosje citiraoпре 7 сати
    Creo que ese aspecto presentaba también la estancia en la que el Ruletista se decidió a cargar el revólver con tres cartuchos. Ahora tenía exactamente tantas posibilidades de sobrevivir como de jugar por última vez a ese juego demente. Porque el nuevo ambiente, el lujo ostentoso que envolvía como una crisálida el insecto terrorífico de la ruleta, no hacía más que incrementar la excitación de los espectadores ante el olor de la muerte. Todo era, por lo demás, absolutamente real.
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    cogió la pistola, la cargó introduciendo al azar los dos cartuchos en los orificios del tambor y lo hizo girar con la palma de la mano. Se oyó de nuevo, en el silencio de la sala, aquella risita afilada de siempre; el silencio no se vio perturbado por ninguna explosión y sobre las paredes encaladas no se abrió ninguna flor de sangre. El Ruletista se derrumbó en brazos de los que ocupaban las primeras filas, arrastrando los vasos en su caída y haciendo rodar los montoncitos de monedas de aquellas mesas improvisadas. Lloré entonces como un niño, de emoción y de desesperación, ya que había apostado una suma inmensa y la había perdido, como todos los que rabiaban al comprobar que era evidente que el Ruletista tenía una suerte monstruosa.
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    cogió la pistola, la cargó introduciendo al azar los dos cartuchos en los orificios del tambor y lo hizo girar con la palma de la mano. Se oyó de nuevo, en el silencio de la sala, aquella risita afilada de siempre; el silencio no se vio perturbado por ninguna explosión y sobre las paredes encaladas no se abrió ninguna flor de sangre.
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    los que venían a presenciar las ruletas de mi amigo no lo hacían por apostar sino por el deseo de ver cómo perdía de una vez por todas, y es que tenían el sentimiento, cada vez más resignado, de que estaban apostando contra el diablo
  • Rafael Ramosje citiraoпре 8 сати
    Casualmente, en la primera partida de ruleta a la que asistí, el Ruletista salió indemne. Desde entonces, a lo largo de los años, he asistido a cientos de ruletas y he visto en muchas ocasiones una imagen indescriptible: el cerebro humano, la única sustancia verdaderamente divina, el oro químico donde se encuentra todo, esparcido por las paredes y por el suelo, mezclado con esquirlas de hueso. Piensa en las corridas de toros o en los gladiadores y entenderás por qué ese juego se me coló enseguida en la sangre y cambió mi vida. La ruleta posee, en principio, la simplicidad geométrica y la fuerza de una telaraña: un Ruletista, un patrón y unos accionistas son los personajes del drama. Los papeles secundarios se los reparten el dueño de la cava, el policía que está de ronda por los alrededores, los mozos contratados para deshacerse de los cadáveres. Las sumas relativamente insignificantes que la ruleta les aportaba eran, para ellos, verdaderas fortunas. El Ruletista es, por supuesto, la estrella de la ruleta y la razón de su existencia. Por regla general, los Ruletistas eran reclutados de entre las hordas de infelices necesitados de pan como perros vagabundos, de borrachos o de presidiarios recién liberados. Cualquiera, con tal de estar vivo y de poner su corazón a prueba a cambio de mucho, muchísimo dinero (pero, ¿qué quiere decir dinero en estas circunstancias?), podía llegar a ser Ruletista.
  • Rafael Ramosje citiraoпре 8 сати
    Más o menos por aquel entonces aparecieron mis primeros relatos en algunas revistas y, poco tiempo después, mi primer volumen de cuentos, que considero, aún hoy, lo mejor que he hecho nunca. En aquella época era feliz con cada línea que escribía, me sentía competir no con los escritores de mi generación, sino con los grandes escritores del mundo. Penetré, poco a poco, en la conciencia del público y del mundillo literario, fui adulado y vituperado a partes iguales. Me casé por primera vez y sentí, en fin, que estaba vivo. Pero esto me resultó fatal porque la escritura no va habitualmente de la mano de la riqueza y de la felicidad.
  • Rafael Ramosje citiraoпре 8 сати
    No, me resulta imposible hablar sobre él de forma realista. ¿Cómo voy a describir con realismo una parábola viva? Cualquier artificio, cualquier giro o automatismo estilístico que suene a prosa, me horroriza.
  • Rafael Ramosje citiraoпре 8 сати
    El Ruletista no es un sueño, no es la alucinación de un cerebro escleroso ni tampoco una coartada. Ahora, cuando pienso en él, estoy convencido de que también yo conocí a aquel mendigo del final del puente, sobre el que hablaba Rilke, en torno al cual giran todos los mundos.
  • Rafael Ramosje citiraoпре 8 сати
    Ya he escrito suficiente literatura, durante sesenta años no he hecho otra cosa, pero permítaseme ahora, al final del final, un momento de lucidez: todo lo que he escrito después de los treinta años no ha sido más que una penosa impostura. Estoy harto de escribir sin la esperanza de poder superarme algún día, de poder saltar más allá de mi propia sombra. Es cierto que, hasta cierto punto, he sido honesto de la única manera en que puede serlo un artista, es decir, he querido contarlo todo sobre mí, absolutamente todo. Pero la ilusión ha sido más amarga si cabe, dado que la literatura no es el medio adecuado para decir algo real sobre uno mismo. Con las primeras líneas que despliegas en la página, en esa mano que sujeta la pluma entra, como en un guante, una mano ajena, burlona, y tu imagen, reflejada en el espejo de las páginas, se escurre en todas direcciones como si fuera azogue, de tal manera que de sus burbujas deformadas cristalizan la Araña o el Gusano o el Fauno o el Unicornio o Dios, cuando de hecho tú solo querías hablar sobre ti. La literatura es teratología.
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