Santiago Vizcaíno es uno de esos raros escritores que transitan sin dificultad de un género textual al otro, componiendo una escritura particular. Su nombre suena en poesía, novela, cuento y ensayo. En este último ámbito es donde se puede encontrar un agudo ejercicio en su búsqueda en torno al lenguaje y el pensamiento. Y es justo desde allí desde donde el autor nos propone ingresar a la obra de Alejandra Pizarnik.
Pero sus reflexiones pronto toman el matemático camino de la música —potencia múltiple del lenguaje— para rastrear un «movimiento del espíritu» que tiene lugar en la poesía en general y en la obra de Pizarnik en particular. Su conocimiento del campo filosófico, literario y cultural le permite conectar diversos referentes que abren significados sobre cómo leemos y comprendemos esta poesía.
Tal es la apuesta por una forma particular de aprehender el quehacer poético y las formas de sentido que irradian hacia el campo cultural pero, sobre todo, hacia la vida. Cuando el lector se adentra en Decir el silencio descubre tanto a Pizarnik como a Vizcaíno, tanto a la poeta como al ensayista, en un viaje lleno de hallazgos.