mujeres), me dan seguridad y me hacen compañía. No tengo perro, pero tengo un montón de libros. Tal vez cualquier solución a la soledad que no pase por otro ser humano resulte un poco triste y patética, sé que mi biblioteca no es la biblioteca de una mujer adulta y responsable, ni tampoco la de una escritora, ni siquiera la de una burguesa, dudo mucho que alguien, al verla, se enamorase de mí. Y tengo la mitad de los libros en cajas, en el trastero, por falta de espacio. Pero aquí se consuma de verdad mi amor por la literatura, redentor, exigente, humilde, silencioso, voraz, persistente y absoluto, solo comparable con el amor que he sentido por algunos hombres (los hijos son otra cosa, están en otra categoría, la del amor por la vida, la de los precipicios).