Me abrazó con fuerza durante mucho rato en medio de la sala de espera. Años más tarde, escribió un poema que concluía con ese recuerdo de nuestros cuerpos unidos: «Se besan en medio de una sala de espera y lloran, / porque no están pensando / en cómo los verán.» Yo no recordaba que nos hubiésemos besado en la sala de espera, ni que hubiésemos llorado, pero sí recordaba con nitidez esa sensación de no ser consciente de las miradas ajenas. Recordaba su abrazo envolviéndome por completo, absoluto.